martes, 7 de junio de 2011

El pacto del euro


 

Juan Torres López – Consejo Científico de ATTAC.

Los líderes de los 17 miembros de la zona euro han acordado una serie de medidas con las que dicen hacer frente a los problemas de la crisis y la deuda pero que en realidad se basan en una idea falsa de partida y en unas decisiones que no tienen nada que ver con los auténticos problemas que están produciendo desempleo y bloqueo productivo en Europa. Aunque una vez más sirven de justificación para adoptar las políticas que interesan a la banca y de las grandes empresas europeas.
El punto de partida del Pacto es que para hacer frente a la deuda que atenaza a Europa es preciso aumentar la competitividad de las economías nacionales y que eso solo se puede conseguir reduciendo el coste del trabajo.
La idea es falsa porque, como todo el mundo sabe, la deuda que está provocando problemas gravísimos a muchos gobiernos europeos y a las empresas y familias no se ha originado porque las economía europeas sean poco o muy competitivas sino como consecuencia de otros factores. La deuda pública, porque los gobiernos han debido afrontar la crisis financiera que han causado la banca internacional y los grandes fondos especulativos. Y la deuda privada como consecuencia de la pérdida de ingresos producida por la aplicación de medidas, como las que ahora se vuelven a proponer, aparentemente orientadas a lograr más competitividad bajando salarios. Y ambas, por el sistema de plena libertad de movimientos de capital que saca los recursos de la actividad productiva para llevarlos a la economía financiera improductiva, por los privilegios que tiene la banca internacional al poder crear dinero dando créditos a partir de los depósitos que recibe de sus clientes, y por la pasividad cómplice de las autoridades cuando los financieros estaban estafando al mundo utilizando productos financieros tan sofisticados como arriesgados y fraudulentos.
La prueba de esto es que la crisis y la deuda ha afectado a países y economías con muy desigual nivel de competitividad y la conclusión evidente es que para afrontar los problema que está creando lo que de verdad habría que hacer es poner fin a los factores reales que la han desencadenado que no son, ni mucho menos, los salarios excesivos.
Acordando simplemente, como han hecho, que se rebaje los costes directos e indirectos del trabajo solo se puede conseguir una competitividad empobrecedora porque de esa forma no se puede lograr que aumente la productividad ni que se desarrolle la actividad de mayor valor añadido. Su efecto no puede ser otro que la disminución de la demanda efectiva y, por tanto, que haya menos producción y empleo porque la estrategia de bajar salarios solo favorece a las empresas que tienen posiciones de privilegio en el mercado global o mercados cautivos pero no a las pequeñas y medianas que suelen operar en los mercados internos y que dependen de la demanda más próxima a los espacios en donde desarrollan su actividad.
Con esa estrategia de salarios bajos se trata aparentemente de garantizar que todas las economías europeas sean más atractivas en sus posiciones exportadoras pero lo cierto es que se olvida una realidad esencial: la mayor parte del comercio exterior de los países de la zona euro se desarrolla entre ellos mismos y es imposible que todos al mismo tiempo tengan una mejora de sus posiciones exportadoras si en todos se produce un debilitamiento de la demanda interna. Los excedentes comerciales que se supone que todos van a tener no pueden obtenerse si los demás no tienen una demanda potente y esto no puede darse limitando constantemente las rentas salariales que son el principal motor y el más sostenible de la demanda efectiva.


La única consecuencia de esa estrategia es que más tarde o más temprano aumente, como así ha ocurrido, el endeudamiento, un resultado que es justamente el que interesa a la banca y justamente el que ésta ha ido buscando durante los años anteriores a pesar de que se diga que es lo que se quiere evitar.
El Pacto se basa además en otra idea que la teoría económica demostró que es falsa hace más de sesenta años. Me refiero a la propuesta de abaratar el trabajo y actuar solo en los mercados laborales mediante medidas flexibilizadoras para lograr que se cree más empleo y a la que he hecho referencia en otros artículos anteriores.
Se puede afirmar, por tanto, que la estrategia pactada por los líderes europeos no va a favorecer la creación de empleo, como ellos afirman engañando a la ciudadanía, sino que simplemente va a mejorar las condiciones en que interviene el gran capital, las grandes empresas europeas, a la hora de contratar y utilizar el trabajo. Y también se puede decir que esta estrategia va a constituir, en contra de lo que se afirma y tal y como se ha podido comprobar en los últimos años, un poderoso incentivo para recurrir al uso menos productivo del trabajo, generalizando así las actividades de menor valor añadido y llevando a Europa a convertirse en un espacio de mayor desigualdad, de bajos salarios y de más empleo precario. Con estas medidas solo se avanza hacia la especialización de Europa en la provisión de servicios improductivos al resto de la economía global y no, como cínicamente afirman, en el espacio de la productividad, la excelencia y el conocimiento que son materialmente incompatibles con los bajos salarios generalizados y con la insuficiencia de capital social que se quiere imponer.
Otro conjunto de medidas aprobadas en el Pacto se refieren a la búsqueda de la estabilidad presupuestaria y financiera, un objetivo que se desea alcanzar mediante el control del gasto, la persecución del fraude y la limitación constitucional de los déficits públicos, es decir, también por un procedimiento espurio y que finalmente será tan inadecuado como inútil cuando vuelvan a manifestarse problemas como los que ahora vivimos.
El Pacto es inadecuado en este campo para alcanzar lo que se propone porque es falso que para aliviar la deuda sea suficiente con limitar el gasto puesto que esto puede terminar produciendo una caída semejante o sustancial en los ingresos (tal y como han demostrado numerosos estudios empíricos) que al final impide que desaparezca el desequilibrio y que solo consigue aumentar e malestar, las carencias sociales y e incluso la falta de los recursos públicos que precisa el capital privado para crear actividad y empleo.
La lucha contra la deuda de los líderes europeos es solo aparente. La verdadera causa del incremento brutal de la deuda en Europa ha sido la pérdida de peso de las rentas salariales de los últimos años y de la recaudación impositiva que han producido las políticas que vienen defendiendo. Lo que llaman lucha contra la deuda es, en realidad, una lucha contra aquella parte de la deuda pública causada por el gasto del Estado destinado a suministrar bienes y servicios públicos a la población de ingresos más bajos, ni siquiera contra el gasto público dedicado a subvencionar al capital, a la banca o a la industria militar. Y, desde luego, no es una lucha contra la deuda basada en la vía mucho más razonable de la generación de más ingresos mediante políticas fiscales más justas y eficaces. Todo lo contrario.
Pero el Pacto no solo es inútil y rechazable por lo que se propone hacer sino, sobre todo, por lo que deja sin abordar.
La incompetencia y la incapacidad de los líderes europeos en esta coyuntura tan difícil se manifiestan principalmente en su inoperancia a la hora de abordar los cuatro grandes problemas que realmente están bloqueando a las economías europeas.
Nada son capaces de hacer para garantizar que el sistema bancario funciones y nada dicen de cómo devolver el flujo del crédito a las empresas y a los consumidores, que es lo que más inmediatamente se necesita para que la actividad económica recobre el pulso. Tampoco son capaces de frenar a los especuladores que son los que realmente provocaron la crisis y los que ahora, fortalecidos con el silencio y la complicidad de las autoridades, son los que ponen en jaque a las economías más débiles agigantando un problema de deuda que se podría haber resuelto sin demasiados problemas mediante intervenciones y negociaciones del Banco Central Europeo. Tampoco llegan a nada sustantivo los líderes a la hora de regular definitivamente, con inteligencia y disciplina los mercados y las relaciones financieras, convirtiéndose así por pasiva en concausantes de la próxima crisis que sin duda provocará el mantenimiento del status quo que trajo la que ahora sufrimos. Y, finalmente, tampoco se pronuncian los líderes sobre el efecto depresor que van a tener sus medidas sobre la demanda en una coyuntura prácticamente recesiva como la actual.
En definitiva, el Pacto es otra muestra del engaño de las autoridades europeas a sus pueblos y de su sometimiento, bien sea por complicidad o por impotencia, ante los grandes poderes financieros y corporativos que se han adueñado de Europa y que son realmente los que dictan las políticas que luego hacen suyas los líderes.
Pero se trata de un engaño y de un sometimiento que manifiesta un mal aún más grande que los que acabo de señalar. El Pacto es una imposición a los pueblos, un “diktat”, una prueba irrefutable de que a la ciudadanía europea se le ha hurtado la posibilidad de pronunciarse sobre sus destinos, sobre las cuestiones que, como las económicas, más afectan a su vida y a su bienestar.
El Pacto del euro no es solamente una estrategia errada para conseguir lo que dice proponerse y una concesión más al gran capital. Es, además, un atentado a la democracia porque se vuelven a imponer a los pueblos políticas muy gravosas sin que éstos tengan la posibilidad de manifestar si es eso lo que desean. Una vez más, han sometido a Europa para salvar a los poderes financieros y lo han hecho por la puerta de atrás, impidiendo que los pueblos se pronuncien. El Pacto del euro es, en realidad, un pacto contra Europa porque se suscribe al margen y en contra de sus ciudadanos.

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