Juan Torres López – Consejo Científico de ATTAC.
Los líderes de los 17
miembros de la zona euro han acordado una serie de medidas con las que dicen
hacer frente a los problemas de la crisis y la deuda pero que en realidad se
basan en una idea falsa de partida y en unas decisiones que no tienen nada que
ver con los auténticos problemas que están produciendo desempleo y bloqueo
productivo en Europa. Aunque una vez más sirven de justificación para adoptar
las políticas que interesan a la banca y de las grandes empresas europeas.
El punto de partida
del Pacto es que para hacer frente a la deuda que atenaza a Europa es preciso
aumentar la competitividad de las economías nacionales y que eso solo se puede
conseguir reduciendo el coste del trabajo.
La idea es falsa
porque, como todo el mundo sabe, la deuda que está provocando problemas
gravísimos a muchos gobiernos europeos y a las empresas y familias no se ha
originado porque las economía europeas sean poco o muy competitivas sino como
consecuencia de otros factores. La deuda pública, porque los gobiernos han debido
afrontar la crisis financiera que han causado la banca internacional y los
grandes fondos especulativos. Y la deuda privada como consecuencia de la
pérdida de ingresos producida por la aplicación de medidas, como las que ahora
se vuelven a proponer, aparentemente orientadas a lograr más competitividad
bajando salarios. Y ambas, por el sistema de plena libertad de movimientos de
capital que saca los recursos de la actividad productiva para llevarlos a la
economía financiera improductiva, por los privilegios que tiene la banca
internacional al poder crear dinero dando créditos a partir de los depósitos
que recibe de sus clientes, y por la pasividad cómplice de las autoridades
cuando los financieros estaban estafando al mundo utilizando productos financieros
tan sofisticados como arriesgados y fraudulentos.
La prueba de esto es
que la crisis y la deuda ha afectado a países y economías con muy desigual
nivel de competitividad y la conclusión evidente es que para afrontar los
problema que está creando lo que de verdad habría que hacer es poner fin a los
factores reales que la han desencadenado que no son, ni mucho menos, los
salarios excesivos.
Acordando
simplemente, como han hecho, que se rebaje los costes directos e indirectos del
trabajo solo se puede conseguir una competitividad empobrecedora porque de esa
forma no se puede lograr que aumente la productividad ni que se desarrolle la
actividad de mayor valor añadido. Su efecto no puede ser otro que la
disminución de la demanda efectiva y, por tanto, que haya menos producción y
empleo porque la estrategia de bajar salarios solo favorece a las empresas que
tienen posiciones de privilegio en el mercado global o mercados cautivos pero
no a las pequeñas y medianas que suelen operar en los mercados internos y que dependen
de la demanda más próxima a los espacios en donde desarrollan su actividad.
Con esa estrategia de
salarios bajos se trata aparentemente de garantizar que todas las economías
europeas sean más atractivas en sus posiciones exportadoras pero lo cierto es
que se olvida una realidad esencial: la mayor parte del comercio exterior de
los países de la zona euro se desarrolla entre ellos mismos y es imposible que
todos al mismo tiempo tengan una mejora de sus posiciones exportadoras si en
todos se produce un debilitamiento de la demanda interna. Los excedentes
comerciales que se supone que todos van a tener no pueden obtenerse si los
demás no tienen una demanda potente y esto no puede darse limitando
constantemente las rentas salariales que son el principal motor y el más
sostenible de la demanda efectiva.
La única consecuencia
de esa estrategia es que más tarde o más temprano aumente, como así ha
ocurrido, el endeudamiento, un resultado que es justamente el que interesa a la
banca y justamente el que ésta ha ido buscando durante los años anteriores a
pesar de que se diga que es lo que se quiere evitar.
El Pacto se basa
además en otra idea que la teoría económica demostró que es falsa hace más de
sesenta años. Me refiero a la propuesta de abaratar el trabajo y actuar solo en
los mercados laborales mediante medidas flexibilizadoras para lograr que se
cree más empleo y a la que he hecho referencia en otros artículos anteriores.
Se puede afirmar, por
tanto, que la estrategia pactada por los líderes europeos no va a favorecer la
creación de empleo, como ellos afirman engañando a la ciudadanía, sino que
simplemente va a mejorar las condiciones en que interviene el gran capital, las
grandes empresas europeas, a la hora de contratar y utilizar el trabajo. Y
también se puede decir que esta estrategia va a constituir, en contra de lo que
se afirma y tal y como se ha podido comprobar en los últimos años, un poderoso
incentivo para recurrir al uso menos productivo del trabajo, generalizando así
las actividades de menor valor añadido y llevando a Europa a convertirse en un
espacio de mayor desigualdad, de bajos salarios y de más empleo precario. Con
estas medidas solo se avanza hacia la especialización de Europa en la provisión
de servicios improductivos al resto de la economía global y no, como
cínicamente afirman, en el espacio de la productividad, la excelencia y el
conocimiento que son materialmente incompatibles con los bajos salarios
generalizados y con la insuficiencia de capital social que se quiere imponer.
Otro conjunto de
medidas aprobadas en el Pacto se refieren a la búsqueda de la estabilidad
presupuestaria y financiera, un objetivo que se desea alcanzar mediante el
control del gasto, la persecución del fraude y la limitación constitucional de
los déficits públicos, es decir, también por un procedimiento espurio y que
finalmente será tan inadecuado como inútil cuando vuelvan a manifestarse
problemas como los que ahora vivimos.
El Pacto es
inadecuado en este campo para alcanzar lo que se propone porque es falso que
para aliviar la deuda sea suficiente con limitar el gasto puesto que esto puede
terminar produciendo una caída semejante o sustancial en los ingresos (tal y
como han demostrado numerosos estudios empíricos) que al final impide que
desaparezca el desequilibrio y que solo consigue aumentar e malestar, las
carencias sociales y e incluso la falta de los recursos públicos que precisa el
capital privado para crear actividad y empleo.
La lucha contra la
deuda de los líderes europeos es solo aparente. La verdadera causa del
incremento brutal de la deuda en Europa ha sido la pérdida de peso de las
rentas salariales de los últimos años y de la recaudación impositiva que han
producido las políticas que vienen defendiendo. Lo que llaman lucha contra la
deuda es, en realidad, una lucha contra aquella parte de la deuda pública
causada por el gasto del Estado destinado a suministrar bienes y servicios
públicos a la población de ingresos más bajos, ni siquiera contra el gasto
público dedicado a subvencionar al capital, a la banca o a la industria
militar. Y, desde luego, no es una lucha contra la deuda basada en la vía mucho
más razonable de la generación de más ingresos mediante políticas fiscales más
justas y eficaces. Todo lo contrario.
Pero el Pacto no solo
es inútil y rechazable por lo que se propone hacer sino, sobre todo, por lo que
deja sin abordar.
La incompetencia y la
incapacidad de los líderes europeos en esta coyuntura tan difícil se
manifiestan principalmente en su inoperancia a la hora de abordar los cuatro
grandes problemas que realmente están bloqueando a las economías europeas.
Nada son capaces de
hacer para garantizar que el sistema bancario funciones y nada dicen de cómo
devolver el flujo del crédito a las empresas y a los consumidores, que es lo
que más inmediatamente se necesita para que la actividad económica recobre el
pulso. Tampoco son capaces de frenar a los especuladores que son los que
realmente provocaron la crisis y los que ahora, fortalecidos con el silencio y
la complicidad de las autoridades, son los que ponen en jaque a las economías
más débiles agigantando un problema de deuda que se podría haber resuelto sin
demasiados problemas mediante intervenciones y negociaciones del Banco Central
Europeo. Tampoco llegan a nada sustantivo los líderes a la hora de regular
definitivamente, con inteligencia y disciplina los mercados y las relaciones
financieras, convirtiéndose así por pasiva en concausantes de la próxima crisis
que sin duda provocará el mantenimiento del status quo que trajo la que ahora
sufrimos. Y, finalmente, tampoco se pronuncian los líderes sobre el efecto
depresor que van a tener sus medidas sobre la demanda en una coyuntura
prácticamente recesiva como la actual.
En definitiva, el
Pacto es otra muestra del engaño de las autoridades europeas a sus pueblos y de
su sometimiento, bien sea por complicidad o por impotencia, ante los grandes
poderes financieros y corporativos que se han adueñado de Europa y que son
realmente los que dictan las políticas que luego hacen suyas los líderes.
Pero se trata de un
engaño y de un sometimiento que manifiesta un mal aún más grande que los que
acabo de señalar. El Pacto es una imposición a los pueblos, un “diktat”, una
prueba irrefutable de que a la ciudadanía europea se le ha hurtado la
posibilidad de pronunciarse sobre sus destinos, sobre las cuestiones que, como
las económicas, más afectan a su vida y a su bienestar.
El Pacto del euro no
es solamente una estrategia errada para conseguir lo que dice proponerse y una
concesión más al gran capital. Es, además, un atentado a la democracia porque
se vuelven a imponer a los pueblos políticas muy gravosas sin que éstos tengan
la posibilidad de manifestar si es eso lo que desean. Una vez más, han sometido
a Europa para salvar a los poderes financieros y lo han hecho por la puerta de
atrás, impidiendo que los pueblos se pronuncien. El Pacto del euro es, en
realidad, un pacto contra Europa porque se suscribe al margen y en contra de
sus ciudadanos.
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